Es una de las molestias de nuestros días: cuando se quiere maquillar alguna intención turbia, se emplean términos polisilábicos y retorcimientos sintácticos. Por eso el gobierno cántabro, en su presentación del Plan Energético, ha mencionado la «ocupación superficial» de los parques eólicos, que es lo mismo que la superficie ocupada pero más profesional y como más inocuo.
Energía ecológica, la llaman, porque no emite gases. Pero a costa de la fauna, huida cuando no muerta, de la vegetación sacrificada a los accesos y de un paisaje magnífico convertido en pesadilla.
Energía renovable, la llaman, empalagoso eufemismo para no decir subvencionada. Pues se trata de una energía ineficaz, intermitente, imprevisible, cara y escasa que los ciudadanos han de pagar dos veces: primero, la subvención, y luego, la factura.
Energía puntera, la llaman, cuando en países más serios y previsores que el nuestro desconfían de ella y ya la saben obsoleta. Pero aquí siempre nos enteramos tarde y mal. Por ejemplo, la potencia prevista, aun siendo la mitad de la planeada por los anteriores faraones regional-socialistas, casi duplica la de toda Noruega y es quince veces mayor que la de toda Suiza, dos países orográfica y climáticamente similares a nuestra verde, boscosa, montañosa y costera provincia. Pero, ¿a quién beneficia? ¿A unos pocos cientos de nuevos empleados? ¿A unos ciudadanos que, según se llegó a decir, se quedarían sin luz de no instalarse los molinos? ¿A un atractivo turístico enterrado para siempre? No. Sólo a unos pocos especuladores que, explotada la burbuja inmobiliaria, se suben ahora a la eólica. Y a unas pocas multinacionales que, sustituyendo el desplomado ladrillo y la menguante automoción, les importa un comino destruir cordilleras enteras. Y a los ciudadanos sin poder, dinero ni influencia sólo nos quedará llorar. Y a nuestros descendientes, maldecirnos.
Jesús Laínz. El Diario Montañés (1 de Mayo de 2012)