Mas si obviamos su empleo como elemento recursivo en el lenguaje y nos paramos por un instante a analizar las palabras y el sentido que se da a este giro, en cuanto a la ausencia de enemigo al acecho o riesgo de presencia hostil, descubrimos que destilan los ecos de tiempos históricos no tan remotos, cargados de resonancias trágicas y épicas, con hondas raíces incardinadas en las costas mediterráneas españolas.
Quién sabe si la expresión fue acuñada desde los tiempos del cierre de la Reconquista. Su carta de origen nos es incierta, sin que sea ello objeto a dilucidar en estas breves líneas. Ello no es óbice sin embargo para impedir el entrever los vínculos con tantos episodios a lo largo de los siglos.
Baste recordar la rebelión de las Alpujarras (1566-1571), que fue la eclosión de un auténtico caballo de Troya dentro del solar hispano, con una monarquía asediada en múltiples frentes, al que se añadía el peligro de alianza con el turco. Una potencial amenaza latente y problema interno hasta ser zanjado en 1609 con la expulsión de los moriscos por Felipe III.
Durante varios siglos, las costas del Norte de África enfrentadas a las españolas han sido cobijo y asiento de una serie de entidades políticas autónomas y convulsos estados, supeditados más o menos nominalmente en ciertos periodos al imperio turco.
Estas regencias berberiscas abrigaban poblaciones inciertas en cada puerto y cada cala, con frecuencia de intenciones hostiles, constituyendo la piratería y sus actividades derivadas una industria habitual de las mismas. Los tristemente famosos “Baños de Argel” donde Cervantes padeció presidio, entre otros muchos desgraciados cristianos capturados, serían a la vez base de los terribles corsarios Barbarroja.
A lo largo de toda esta época, las incursiones turcas y morunas en las costas de Levante impedían el desarrollo desenvuelto de las poblaciones, obstaculizando la actividad y el apacible asentamiento en el litoral mediterráneo, estando sometidos a la permanente incertidumbre de la amenaza sarracena.
A lo largo de los tiempos, fueron muchos los esfuerzos hispanos emprendidos para mitigar este peligro. Desde las expediciones del cardenal Cisneros, acometidas bajo el impulso de la Reconquista, o las innumerables campañas de los Austrias, hasta las peripecias del corsario Toni Barceló (s. XVIII) o la expedición de O’Reilly contra Argel (1775).
Actualmente, entre el deslumbrante florecimiento urbanístico y la pujante actividad de la costa levantina española, como evidencias que testifican el pasado oculto, perviven hoy los vestigios de lo que en su momento constituía la red de alerta permanente y alarma, vital para la seguridad ante el inminente invasor procedente del mar: la línea de torres y atalayas diseminadas a lo largo de la costa mediterránea para vigilar y avisar. Por si “hay moros en la costa”.
El Bígaro