lunes, 2 de septiembre de 2013

Nuestro único enemigo: nosotros mismos

Dada nuestra condición, nuestros hechos serán mirados con lupa por nuestros detractores, el sistema inquisitorial, y hasta por nuestras propias familias, amigos o compañeros de trabajo.

Nosotros, más que nadie, debemos ser meticulosos con lo que hacemos y decimos. Somos los herederos de una llama que iluminó nuestra tierra a lo largo de miles de años, aquellos que lucharon en Salamina, Maratón o Flandes; por eso debemos ser dignos de llevar tal carga en todos nuestros actos cotidianos.

¿De qué nos sirve  autocalificarnos de esto o de aquello cuando con nuestras acciones demostramos lo opuesto? Sería predicar en el desierto: se puede tirar todo el trabajo que se ha llevado a cabo durante años en la acción más nimia y estúpida que uno se pueda imaginar.

Nuestras acciones deben ser nobles y ejemplarizantes. Debemos ser ejemplo absolutamente en TODO lo que hacemos y debemos rechazar con absoluto desprecio lo banal y superfluo que nos rodea. El binomio cuerpo-espíritu ha fundirse en uno; de nada sirve un espíritu noble lleno de voluntad con un cuerpo incapaz o débil, pero tampoco lo opuesto; de nada sirve un cuerpo fuerte y preparado con una voluntad endeble.

Caer en las millones de tentaciones a las que el mundo moderno nos incita con el objetivo de destruirnos significa claudicar, por eso, para sobrevivir, debemos ser consecuentes con nuestros actos y mantenernos firmes en todas nuestras acciones.

Nuestros pasos tienen un por qué y para defender a los que nos precedieron y a los que vendrán, sólo queda grabarse a hierro y fuego el viejo lema “Militia est vita hominis super terram”. Mantengamos encendida la antorcha de la resistencia.


TD

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