jueves, 15 de marzo de 2012

Menos ciudades inteligentes y más alcaldes inteligentes

Viene ello a cuento del ya cansino asunto del Centro de Arte Botín; y es que de vez en cuando el Alcalde de Santander saca los pies del tiesto con este tema que ya nació atado y bien atado. No pierde ocasión de mostrar su lado faltón cada vez que puede meter la puya de la insoslayable necesidad del dichoso centro, y de la intrínseca maldad de aquellos que no lo creen tan necesario o que, creyéndolo útil, no comparten la idoneidad de  su ubicación. Y es que para plantar el adefesio de Piano en medio de la bahía no hace falta tanta comedia. En resumen esto ya nació como hecho consumado, la decisión de su construcción y la ubicación del mismo. Iñigo de la Serna ha actuado como un simple mandado y, ahora, pretende que todos veamos sí o sí al rey desnudo cubierto de hermosas pieles. Para ello no escatimaron en infografías, eso sí un poco lejanas y desde lo alto, además de montar una exposición para hacer ver a los incautos que por allí se pasasen lo que ellos querían que viesen; otras infografías hechas por personas ajenas al proyecto muestran claramente el impacto del mamotreto renciano en la bahía, de tal modo que es difícil discernir que iba a ser más impactante si los molinitos que se pretendieron instalar al otro lado o este estorbo en medio del paseo marítimo. Desconocemos si alguien de la plataforma que se opone a la ubicación en dicho lugar lo hace por llevarle la contraria al señor alcalde sin más, pero el hecho es de que por mucho que se empeñe Iñigo de la Serna ni esa actuación es absolutamente necesaria, ni mucho menos estética. Que el “Club de las bahías más bellas del mundo” diga que “es un ejemplo en su relación con la naturaleza y la sostenibilidad” tiene el mismo valor que si lo dice el encargado del rincón del gourmet; Doña Bahía de ST. Michelle o Doña Bahía de Rosas no han abierto la boca para nada, y lo que diga una especie de lobby lúdico-festivo sobre lo que los santanderinos tienen o no tienen que pensar vale menos que la palabra de Revilla.

Pero es el propio alcalde el que por su propia incontinencia o su afán en hacernos comulgar con ruedas de molino da las claves para, como mínimo, escamarse. En Tribuna publicada por el diario El Mundo el 29 de enero del presente año, el alcalde de Santander se pasa de frenada y en medio de generalidades por demostrar y visiones de futuro por ver, saca conclusiones que, como poco, parecen ilusorias cuando no disparatadas.

Concluye Iñigo que Santander gana y que lo hace porque con el Centro va a desaparecer la valla que separa el puerto de la ciudad y que impide al sufrido santanderino disfrutar del espacio que ahora se utiliza para aparcar los coches del Ferry. ¿Estará el bueno de Iñigo diciendo que para tirar una valla hay que construir un edificio? ¿Apoya César Díaz esta supuesta obligación urbanística? Sinceramente un párvulo no hubiera dado excusa tan tonta.  Para ampliar un jardín o soterrar el tráfico no hace falta tanta vuelta, pero es que además quizá no se necesite que los Jardines de Pereda doblen su extensión, y mucho menos que para cruzar Santander tengamos que meternos en una madriguera en lugar de contemplar la bahía de la que tan orgullosos estamos, se supone. Y es que poner un obstáculo entre la ciudad y el mar hace complicado explicar desde el sentido común eso de “estrechar el vínculo de la ciudad con el mar”.

Por otro lado, la supresión de zonas abiertas al tráfico deberá llevar al Consistorio a rebajar o retirar el cobro de impuestos sobre circulación de vehículos porque comer y sorber sigue siendo muy difícil de compaginar.

Y llegamos a la cuestión económica, y aquí se moja lo justo. La Fundación Botín regala 77 millones de euros, así sin más, y el referido edificio va a crear puestos de trabajo y generará actividad económica. Así, sin más, sin comprometer una cifra, aunque sea aproximada. Reitera que el edificio se va  a hacer en el muelle de Albareda porque el proyecto encargado era para ese sitio y porque se dan ventajas que no se dan en otros lugares, así, sin otra explicación. Es enternecedor cuando se pone melifluo: “…se generarán nuevos espacios culturales al aire libre”; si alguien lo entiende que lo aclare. O aquello de “…su cercanía al centro urbano potencia su valor como elemento generador de actividad y de creador de sinergias con sectores productivos, como el comercio y la hostelería”. Arrebatador.

Por supuesto deja claro que los visitantes del Centro vendrán en barco y por tanto eso hace del lugar elegido el idóneo.

En román paladino: De la Serna dice que los que vengan a ver el Guggenheim santanderino son guiris que viene de crucero, que se van a quedar en Santander por lo que pueda mostrarse en el local en cuestión, y que después van a deja los bares sin cerveza, las tiendas sin una camisa que vender y hasta Godofredo hará su agosto los días de lluvia.

Lo que cuesta creer es la preocupación del señor alcalde por el comercio y la hostelería local cuando les va a endosar un gran centro comercial, con parking y todo, muy cerquita del Centro Botín, como se contempla en la renovación del Frente Marítimo. Esos sí que se van a beneficiar del chanchullo.

Pero cuando se pone verdaderamente insoportable el señor alcalde es cuando se echa en brazos del delirio cultural, y es que en ese campo, el PP en general, el Ayuntamiento de Santander en particular e Iñigo de la Serna y su equipo en especial, perdieron el norte hace mucho tiempo. Si algo define a la política cultural del Ayuntamiento de Santander es la chabacanería, el mal gusto, la ordinariez, hasta el punto de que el mayor logro del actual alcalde es el desarrollo de la cultura del mercadillo temático, donde basta cambiarle el gorro al hippy y nos transportan a Roma, a la Edad Media o a un puerto de bajura. Quizá ampliando los jardines de Pereda y soterrando el tráfico quepan más haimas donde el olor del incienso se confunda con el del hachís.

Santander no está para historias. Santander pierde población a pasos agigantados y las salidas laborales que se le presentan a los licenciados y no licenciados son casi nulas. Por eso lo que debe hacer la Fundación Botín con esos 77 millones es relanzar la industria, la producción en la ciudad y sus alrededores porque con campeonatos de vela y soterramientos de tráfico no se come o se come unos meses. No basta con vaguedades, se le deben exigir al Alcalde de Santander cifras, cifras contrastadas de cuánta gente va a venir a visitar el Centro, y no sólo el primer año, sino en la próxima década o en los próximos veinte años; cuántos puestos de trabajo directos va a crear, de qué calidad y cuánto van a durar; cuántos puestos de trabajo indirectos se prevén; cifras que sirvan para poder decirle en el futuro que ha sido un genio o un impostor que sólo sirvió a la voz de su amo.

Por mal camino va si liga el éxito de un espacio dedicado a la cultura y al arte a si está ubicado en un lugar o dos kilómetros más allá. Los espacios de referencia en el mundo del arte no dependen de si se asoman a un río o a la costa, dependen de lo que tienen que ofrecer, de su atractivo per sé, y por tanto pueden servir para poner en valor zonas de la ciudad que hasta el momento sólo han servido para expansión urbanística y que están vacías de contenido. Pero si lo que le gusta al inspirador de este desmán es la ubicación, nosotros le proponemos otra que, sin duda, será de su agrado. La Fundación Botín podría ahorrarse un pastón, aunque luego desgrave menos, si consigue que su mentor ceda a la ciudad de Santander el uso del noble edificio que acoge las oficinas centrales del Banco de Idem, de manera que sigue teniendo vistas al mar, no estorba y nos ahorramos la tarifa del Renzo, promocionamos los bares y las tiendas y sigue dentro de la estupidez esa de la milla cultural ahora reconvertida en anillo. Por supuesto el Ayuntamiento facilitará en lo posible la construcción de otra sede del Banco en el extrarradio e incluso una línea de autobús que lleve hasta ella a sus clientes.

Señor de la Serna, esto se hará porque así se ha ordenado y así se ha decidido pero deje de remover la mierda, porque huele,  y corra un tupido velo hasta el día en el que, acabada la calle Marqués de la Hermida tengamos que meternos en una topera para llegar a Puertochico mientras los hippys, en superficie, nos venden abalorios, chocolate y baratijas, entre efluvios adormideros.

De millas y anillos, en otro momento.

Moroto

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